viernes, 14 de noviembre de 2014

¿Dónde están las "fuerzas vivas"?


Artículo publicado en el periódico Ideal el 13 de noviembre de 2014

En “Clarín,” Juan Valera, Baroja, por fuerzas vivas se entiende un aguerrido grupo formado por el médico, el cura, el maestro, el cabo de la Guardia Civil y el terrateniente que solían jugar a las cartas en nuestros pueblos después de la siesta. Los mismos personajes los vemos en las películas de Berlanga o en las novelas de Miguel Delibes. Es notable que hoy nadie hable de “fuerzas vivas” en este sentido. No lo recuerdo en  las canciones de los años 60 que reflejaban el bullir social. Las fuerzas vivas, en todo caso, ahora son otra gente que no juegan al chamelo porque suelen llevarse mal entre sí: profesor de instituto, alcalde, cura y maestro. Los roles sociales en las zonas rurales los desempeñan otros: el sindicalista, el político, el promotor inmobiliario, el motero, los ecologistas y los hooligan. Las tribus urbanas han absorbido a las tribus rurales y lo mismo ocurre con las leyendas de ambos territorios.

La denominación tiene otro sentido que ha caído en desuso, salvo en los libros de historia de la filosofía. La teoría de las fuerzas vivas o energía cinética fue un descubrimiento de Leibniz que hacía de la fuerza que se reproducía exponencialmente, algo mucho más real que la “cosa” de Descartes para quien todo lo que existía era una cosa, incluso Dios.

Creo que hoy, la sociedad globalizada en lo bueno y en lo malo ofrece otra versión de “fuerzas vivas que merece consideración.

Hemos tenido ocasión de comprobarlo en el curso de la actual epidemia de Ébola que ha puesto en jaque al mundo entero, incluso a los Estados Unidos. Este hecho terrible actúa como una marea negra que muestra la generosidad y el heroísmo de mucha gente. Estos dramas ponen de relieve y sacan  a relucir aquella gente que habitualmente está en la sombra sin protagonismo y sin visibilidad en los medios ni en tertulias televisivas ni en “reality shows”.

Descubres de pronto que hay gente, miles que se juegan la vida para ayudar a los demás. Unos temporalmente como los cooperantes, otros de por vida, como los misioneros. Tienen la muerte “a la mano” como quien dice y no se arrugan ante ella: médicos, enfermeras, militares y muchos más.

No es sólo el Ébola que ha funcionado como una luminaria en medio de la noche. Si vamos a Oriente Medio hay miles de personas que se juegan la vida por salvar sus vidas, las de sus hijos por no doblegarse ante una tiranía que no entiende qué es ser persona. Kurdos, cristianos y yazeríes defiende Kobani, la ciudad asediada.

Hay mujeres que luchan por ser libres y recibir una educación (que es lo mismo) en la India, Arabia o el Pakistán. Son nuestras “fuerzas vivas”. No tienen tiempo de indignarse porque están  en las zonas más calientes del planeta, allí donde no hay tarjetas de crédito ni agua potable. No aspiran a tener poder sino a sobrevivir, ellos y los suyos.

En las fronteras de los países más ricos, en la línea de Méjico con Estados Unidos, en la zona sur del Mediterráneo, miles de seres humanos se juegan la vida cada día por sobrevivir en condiciones   decentes. No son contrabandistas o delincuentes. Les basta ser manteros, recogerla oliva y la fresa pero, ser libres. Miles de niños huyen de Centroamérica para no caer en manos de las mafias que trafican con sus órganos o, en el mejor de los casos, les fuerzan a entrar en la ruleta rusa del narcotráfico o de la prostitución o de las bandas de sicarios.

La gente  recoleta y bienpensante, dice  “¡que mal está el mundo!”, “donde vamos a parar” o, “es el fin de esta historia.
Todo este panorama de luchadores demuestra que nuestro mundo está vivo, que hay gente dispuesta a jugarse todo por ayudar a los demás o a sí mismos. La inmensa mayoría de los mortales no salen de compras a las grandes superficies para matar el tiempo. Hay mucha honradez aliada a la pobreza. Son dos amigas, estas dos, honradez y pobreza que no aparecen en los titulares pero sostienen a la especie humana, desde dentro y desde abajo.

El mundo está hirviendo de vitalidad. Hay muchos jóvenes que se marchan al extranjero en busca de trabajo, dejando atrás una vida cómoda o poco digna. Otros, marchan a pueblos perdidos de España o de los cinco continentes a servir a los demás como curas, médicos o maestros. ¡Cómo han cambiado las fuerzas vivas! Desde la mesa camilla a las favelas brasileiras, a los poblados andinos. Mujeres cuyo máximo deseo es estar presentes en Madagascar, Mozambique, Paquistán, para educar, evangelizar, curar acoger.

No tienen sueldos ni pensiones vitalicias ni grandes reconocimientos porque están vivas y no son momias en un panteón de próceres ilustres.

Son los excluidos, los descartados, la sal de la tierra, la que hace fértil la historia y que al conocerlos, uno se reconcilia con la humanidad y da gracias por haber vivido.

No hay tiempo para depresiones. Nos necesitan. Hay miles y miles de padres de familia que no tienen trabajo y que estudian idiomas o adquieren formación adecuada para encontrarlo. Muchas madres que se arremangan para que no falte alimentos y cuidados a sus hijos. 

Otros los voluntarios que arriman el hombro, que piensan en los demás  en Cruz Roja, Cáritas, Bancos de alimentos, Manos Unidas y muchas Ongs. más. Para estas fuerzas tan vivas, no es el fin del mundo sino el principio.

jueves, 13 de noviembre de 2014

La Yihad: embridar el caballo desbocado


Artículo publicado en el periódico Ideal el 29 de septiembre de 2014

Los pueblos semitas, entre los que se cuentan judíos,  árabes y los sirios de la Gran Siria, pertenecen a un tipo de cultura que arranca de la Edad del Bronce, en una fase primeriza, cercana al Neolítico. En su estado actual podríamos  decir que es una cultura de transición del nomadismo al sedentarismo, más cercano a este último que algunos pueblos de Asia Central o de Mongolia y Siberia.

Tienen una raíz lingüística común y su estructura social básica es tribal, especialmente en Oriente Medio y Norte de África. La tribu como familia extensa aglutina con lazos de sangre, la fidelidad necesaria entre los individuos para  configurar la organización social. El grado de “tribalización” varía. Vemos como en Libia y en Siria, el vacío de poder, hace saltar a primer plano, la tribu y las luchas intertribales.


El Estado moderno nace en Europa, primero, en forma de monarquías centralizadas e Imperios de tipo federal y luego pasarán a ser, repúblicas o monarquías constitucionales.

En Estados Unidos el modelo moderno de estado, surge de un pacto entre todos los refugiados político-religiosos de Europa: puritanos escoceses, católicos irlandeses. Se añaden luego los negros, los hispanos con aportaciones culturales y religiosas específicas.

Establecer de un plumazo en Oriente Medio, estados de tipo occidental, se presenta como tarea difícil, sino imposible. Eso lo sabemos todos, con la historia en la mano, pero Occidente, no parece tenerlo en cuenta.  En los pueblos semitas sólo se ha podido instaurar estados democráticos, sólo en apariencia y al amparo de férreas dictaduras. El caso más avanzado de occidentalización es Turquía, gracias al Ejército, heredero de los jóvenes oficiales de Kemal Ataturk.

La raza, la tribu, el idioma, la religión crean en estos pueblos, un contexto muy distinto al nuestro que se resiste a integrarse como podemos comprobar en Alemania con los turcos, viviendo en barrios o guetos, igualmente, los marroquíes en España, Francia, etc.

La religión es un factor aglutinante añadido a la cultura y al régimen tribal. La familia, la religión y la lengua han permitido al pueblo judío subsistir a los innumerables “progroms” de exterminio, holocaustos y deportaciones. Esta realidad histórica hace pensar si es la democracia occidental un factor aglutinante suficientemente sólido, capaz de sostenerse a sí misma, en situaciones complicadas. El interrogante se agudiza si pensamos, precisamente, en la crisis de la familia y la religión entre nosotros.

Los americanos y los europeos decimos que creemos en la libertad y nada más. En el siglo XXI la libertad necesita un aparato de Estado que garantice que todo el mundo pueda hacer sencillamente “lo que le venga en gana”. En los países del sur de la Eurozona, la transgresión de las reglas sustituye a las normas constitucionales. Solamente los factores económicos aglutinan, lo que supone que estos países dependan de la mayoría conservadora europea. Decir conservador, hoy, es hablar de mercado global y poca cosa más. A nadie le importa, en serio, si se cumplen los Derechos Humanos en aquellos países con los que se comercia.

En estas circunstancias aparece, una vez más, la efervescencia islamista de una forma violenta y arrasadora en nombre de un concepto de religión, de familia y de cultura semita,  que tiene poco que ver con la nuestra.

La yihad es un caballo desbocado que recuerda el método militar del islamismo en todos los tiempos, las razias de  Tarik y Muza, las de los almorávides y de los almohades en España. Los períodos de fiebre acaban en períodos de consolidación y decadencia que reclaman un nuevo comienzo.
Es evidente que la yihad es un complejo en donde la religión es un factor psicológico determinante que no responde a la época de la globalización, de la posmodernidad y del progreso tecnológico avanzado.
La tecnología es un mero instrumento al servicio de la yihad, no es un componente de su ideología, mientras que sí lo es para Occidente. Su fe absoluta   lleva, fácilmente, al suicidio y su imaginación es capaz de atacar el Pentágono o  provocar atentados masivos, con técnicas nada caseras en todo el mundo, en Atocha, para empezar. Y la Inteligencia militar ni se entera.


A los caballos desbocados se les ponen bridas. Eso han hecho sin ningún éxito, Rusia, Estados Unidos, China y la India. El fracaso ha sido rotundo en todos los casos. Las ideas no se vencen a cañonazos.

Si estadísticamente esos son los resultados, necesitamos asimilar que el modelo de vida occidental precisa ser corregido en varias direcciones:

- Son necesarias políticas familiares y de fomento de la natalidad.
- Hay que recuperar la conciencia de patria como familia amplia y común.
- Debemos dejar de frivolizar con el sexo, el género, la chanza antirreligiosa y la democracia entendida como “realganismo” y “realganancia”.
- Evitar hablar de Derechos Humanos sin los Deberes relativos correspondientes.

Estas líneas de fuerza son meramente orientadoras y nos ahorrarían muchos disgustos, mucho dinero en armas, en equipos de psicólogos. Mejorarían nuestra autoestima, la confianza en nosotros mismos y el valor. Volverían a estructurar la familia y la sociedad. La formación integral de las personas iría más allá de hacer la real gana.


Los caballos que ganan en las carreras no están desbocados, llevan bridas. Eso que nos falta a nosotros.