jueves, 5 de marzo de 2015

La familia en el ecosistema


Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 05-03-2015

No existen dudas, desde el punto de vista científico, de que la célula individual -el zigoto- resultante de la unión de los dos gametos, masculino y femenino - espermatozoo  y óvulo- contiene el ADN de sus padres. Los dos sexos están orientados-biológicamente- a formar un ser humano nuevo, que hasta hace poco, se denominaba, legalmente, “hijo” y más técnicamente, “nasciturus”, nombre con el que el Derecho Romano designaba al “ha de nacer”. Ese nasciturus ya era considerado sujeto de derechos.

Tampoco nadie puede dudar de que la función fisiológica por la que las hembras humanas dan a luz a sus hijos- el parto-  sigue un “protocolo” enteramente distinto al de las hembras de las demás especies animales, incluyendo a los mamíferos superiores y grandes simios. Las razones biológicas de ese parto traumático no suele conocerse bien.

Pensamos que el alumbramiento de toda la vida, no es un modo de dar a luz “tradicional”, algo así como una “mala costumbre”, producto de la historia y de la oscuridad de los tiempos, sino un parto natural, producto de la biología de la especie.

La novedad que supone el parto natural, bastante traumático para la madre, tiene que ver con una descarga hormonal. La cabeza del feto crece desmesuradamente, en relación con el resto del cuerpo, y la simple presión física abre la puerta para salir a la luz. Este modo de parir tiene, ella sí, consecuencias sociales, históricas y jurídicas.

La primera de ellas es que el crecimiento del cráneo y su contenido el cerebro, se adelanta y lo que se alumbra, es un niño prematuro. No ocurre tal cosa en las demás especies. El resultado es un ser humano con un cerebro único en cantidad y calidad, por el número de sus neuronas y  la complejidad del cableado bio-eléctrico que las une. Esta circunstancia, permite la intercomunicación entre ellas. Las neuronas son pequeñas computadoras que siguen un código binario simple: o se excitan (1) o se inhiben (0) y lo hacen por consenso,  para conseguir que el pequeño viva y crezca.


Cuando la primera hembra humana tuvo su primer parto, no fue asistida por médicos o doulas, sino más bien fue un evento, “a lo salvaje”.  
En medio de lo que era entonces, la sabana africana, el crío, rodeado por fieras, que merodeaban buscando el nutriente más apetitoso, estaba ahí, en esas condiciones. Sin la protección de sus padres y más adelante, de su parentela, tribu o clan, no duraría en la selva lo que un móvil olvidado en un campo de fútbol.
El recién nacido, no puede defenderse en absoluto. Sus padres, tampoco eran, como animales, nada competitivos. El Homo sapiens desde el origen de su existencia fue un ser, tan prematuro como sus hijos. No tenía garras, ni potentes músculos, ni un sistema óseo comparable a sus enemigos.

La familia humana surge de la nada como un milagro en todos los sentidos, empezando por el de la supervivencia. Su cerebro, una central de operaciones, única en el Cosmos. Quizás estemos hablando de medio millón de años o algo menos.

Su inmediato ancestro-el Homo erectus- era mucho más fuerte que él, pero su cerebro era menos complicado y más pequeño. Ni por su cuerpo ni por su cerebro, los humanos parecen sucesores del Homo erectus. Más bien, una regresión.  Sólo el cerebro humano emerge como una estrella nova, en el azul oscuro del Universo, acompañado del ruido cósmico, la basura por reciclar, que dejó el Big Bang.
Todo esto ¿para qué?

Los paleontólogos destacan que nuestra supervivencia dependió del equilibrio entre el instinto de conservación y el de sociabilidad. Los humanos tuvieron que agruparse y ceder en sus deseos individuales, en favor del grupo. Las poblaciones humanas las formaban, individuos mucho más numerosos que las demás especies. Es su gran cerebro el soporte de una racionalidad que entiende que si quiere sobrevivir, tiene que ceder. Los humanos unidos sobrevivieron.

La biología engendra la historia. Al nacer los humanos prematuros con nueve meses, la infancia y la adolescencia, la deben pasar, fuera del seno materno, en el entorno físico. Necesita de cuidados que no requieren los potrillos ni los conejos. Dado que la única arma competitiva que posee, es la inteligencia, el niño nace prematuro para poder aprender en tiempo real, a sobrevivir en el medio. A mayor cerebro, mayor aprendizaje. Su gran memoria le permite innovar, cambiar. De ahí se desprende la necesidad biológica de que la pareja sea estable porque los hijos van a necesitar de los padres, hoy en día, veinticinco o más años: la escuela, los grados, los dos máster y el puesto de trabajo para el que más corra.

La familia llamada tradicional no tiene nada de tradicional sino que se ajusta a las necesidades que determina la biología. En trazos gruesos, es la que hemos intentado describir. Esos trazos esconden la verdad de fondo: la necesidad biológica que nos proporciona el ADN, está hecha, para aprender a superar las dificultades, para luchar y ser libres.

Si todo el protocolo que va desde el parto hasta la vejez, se trastoca, por el capricho individual,  toda la cadena se viene abajo. Todo el cuidado espectacular que la Providencia tiene con los humanos, se pulveriza. Ya no hay parto, ni luz, ni padre, ni madre, ni aprendizaje ni sociabilidad. Un gran dolor.

La vida, sabia maestra, siempre queda disponible.




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