Artículo publicado por el artículo Ideal el 19 de noviembre de 2015
El lenguaje que manejamos a diario y cualquier otro, tiene una estructura interior más profunda que la estructura lingüística, visible y aparente.
Algunos consideran el lenguaje como una herramienta
utilitaria de manipulación de la opinión. Decimos entonces que se habla con
“mala intención o que la intención del mensaje es falsear la realidad o aun más
allá, que el falsificador está construyendo un mundo artificial donde cree
dominar al universo de los engañados por él. Esa pretensión es ilusoria, porque
la gente no es tan tonta. El daño, no obstante, que se hace a la sociedad es inmenso,
aunque, afortunadamente, pasajero. La verdad gana siempre porque nos dice lo
que hay mientras la falsedad es sólo lo que parece.
Este entrar en la tarea de unir la verdad del corazón con la
verdad del Cosmos, tiene un sendero relativamente fácil de entender aunque no
tan fácil de seguir.
La verdad del corazón no se refiere ni al corazón de los
cardiólogos cuyas palpitaciones reflejan estados del alma, ni el corazón de los
poetas que creen escapar de la realidad del mundo, manejándose con fruición, en
el mundo de las posibilidades meramente pensadas. Ambos modos de entender el
corazón no son en absoluto despreciables porque el primero atiende a nuestra
infraestructura y el segundo, despierta en nosotros la nostalgia de la
permanencia en la vida plena.
El corazón de la verdad tiene que ver con el coraje en un
sentido intermedio entre la noción hebrea que identifica el corazón con el ser
total del hombre y el pensamiento griego que hace del coraje, el alma de los
héroes.
Hay un momento fontanal en el interior del hombre que le
permite entrar en contacto íntimo con la verdad. Es aquel lugar del tiempo en
el que uno se encuentra sólo consigo mismo.
Siendo en el cuerpo la víscera cardiaca, el órgano más íntimo
físicamente y siendo sus latidos lo más delicado, la soledad de uno consigo
mismo es más íntima todavía.
Es así porque en ese interior sólo y vacío el hombre se
encuentra pobre y desnudo. No lleva joyas, ni maquillaje ni le sirve para nada
la tarjeta de crédito. No tiene nada, salvo a sí mismo.
Muchos, ante esta pobreza interior se asustan y se lanzan
velozmente al “corteinglés”, a los grandes viajes en hoteles confortables del
Tercer Mundo. Tal vez si salen a los barrios de la periferia se sienten por un
momento, sumergidos en la falsedad. ¿Qué hago yo aquí? Tantos sufren y mueren
injustamente, andan desnudos o están presos en sus infiernos. ¿Qué hago yo
aquí: un miserable como yo en un lugar como éste?
La felicidad humana, el mayor éxito que el hombre puede
alcanzar en esta vida es saber convivir consigo mismo, en ese cuarto
destartalado y sin muebles que a primera
vista, da miedo.
En ese ecosistema que es nuestro interior no hay nada que
pretender, nada que poseer, nada que intrigar ni manipular. No es del caso
ponerse a manipular, uno a sí mismo. Sólo conmigo nada me limita, estamos
disponibles para beber del manantial que no cesa de dar, gota a gota, el sabor
de lo verdadero.
Sería un error creer que esa descripción responde a la de un
callejón sin salida, un “cul-de-sac”. El
callejón sin salida donde nos metemos no es otra cosa que la sensación de vacío
cuando volvemos de una expedición hacia la felicidad de los Wallstreet, los
salvajes moteros de Putín o los grandes
cruceros a pagar en doce meses sin interés.
Si se ha puesto el corazón en esas cosas se ha engarzado el
diamante del alma en el cuello de un mentiroso.
Al final se vuelve siempre porque el llamado mundo real está
muy a la intemperie, no hay por donde cogerlo y si le das fe, te sepulta en su irrespirable zulo.
En la pobreza de tu interior que se sabe, realmente pobre y
sin muebles, habita la verdad. Esa experiencia interior es una verdad
descomunal y por lo tanto es una unidad de medida que permite discernir el bien
del mal, lo permanente, de lo fugaz.
No oirá el corazón, “la ovación sonrojarte de la muchedumbre”.
Sentirá cómo los altos directivos de la
banca no le hagan ni caso. Su nombre ha sido raspado de las piedras públicas
como hacían los faraones con los nombres de aquellos a quienes depusieron. Es duro pero es verdadero.
Desde el corazón de la verdad ya se puede, cada día, salir
al exterior y apreciar el valor de lo que vale y de lo que no vale.
¿Es tan fácil, entonces, “decir lo que se siente”, en vez de
“sentir lo que se dice”?, Así leemos en el inmortal Quevedo.
En el corazón sin fronteras, uno tiene a la mano el poder
decir lo que siente. Los que podrían torcer esa verdad no pueden entrar en ese
recinto. No hay dinero, ni premios, ni reconocimiento que puedan evitar un
juicio verdadero salido del corazón.
La pregunta por la
verdad no se responde desde la calle sino desde el interior. Una vez encontrada,
torna a la calle o a las redes. Es una semilla, piedra de contradicción. En ella, tropiezan, unos para caer, otros para
levantarse.