martes, 17 de febrero de 2015

Tradición y Revolución, presupuestos de la estabilidad


Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada (17-02-2015)

El Antiguo Régimen pasó a mejor vida con la Revolución Francesa. En España tras la pausa de Fernando VII empieza a consolidarse en 1834 con la Constitución que vino de manos de Martínez de la Rosa. Era la Regencia de María Cristina de Haugsburgo de feliz memoria.
Moderados y progresistas fueron imponiendo sus propias convicciones en constituciones sucesivas. Siempre estuvieron los republicanos en segundo plano intentando protagonizar su idea del cambio.
Tras la paz de Vergara y el abrazo de Maroto, se resolvió la tercera guerra carlista, guerra entre dinastías y entre concepciones de la vida contrapuestas. Se acabó gracias a la inteligencia de los nuevos gestores, especialmente Cánovas. Los carlistas mantuvieron sus honores, sus medallas, su rango y sus pensiones.
Ese final consensuado dio paso a una Constitución también consensuada, la de 1876 y que estuvo vigente durante casi medio siglo hasta el golpe militar de Primo de Rivera.
Este preámbulo, “de libro”, nos permite encarar la situación actual de España con algunas cuantas coordenadas de referencia.
La primera, muy genérica, es que el supuesto de que todo sistema político, constitucional o no, es injusto por naturaleza, es precipitado. El Viejo Orden, es un cierto orden y cualquier desorden es peor. El Nuevo Orden, será también un orden y no sabemos si mejor.
Los cambios constitucionales son atractivos para la gente joven por muchas razones: porque les va la “marcha”, porque no están motivados laboral y profesionalmente, porque  creen que no tienen nada que perder, porque no saben lo que es gobernar en tiempo real, no en un manual o en una asamblea, donde las palabras que suelen ser muchas, acaban en papeles que suelen ser pocos, porque carecen de responsabilidades y de  muchas cosas más.
Estos rasgos del talante político juvenil, excluyen a dos extremos de la franja. En un extremo, los pesimistas para quienes, ya  no hay nada que hacer y en el otro extremo los que preparan oposiciones o inician empresas y se consolidan en sus primeros empleos y su preocupación es hacer carrera.

Los jóvenes creen que es posible cambiar las cosas. Tienen un hándicap inicial que responde a las características que hemos mencionado y se pueden resumir en falta de experiencia política. Piensan que todo puede cambiar a mejor porque “no saben lo que vale un peine”. Con unas cuantas conversaciones, unos preparativos, una promoción publicitaria y una buena pose y foto va a mejorar todo.

La política real de los pueblos es una tarea muy dura, muy tremenda, en la que se juega la vida, la felicidad o la desgracia de muchos seres humanos. Eso exige profesionalidad, sensatez, generosidad y prudencia.
Pensemos en países y en líderes como Churchill en Inglaterra, Adenauer en Alemania, Mandela en Sudáfrica que tuvieron a todo el país  detrás. Cambiaron el destino de su patria o del mundo.
Tengamos en cuenta, el contexto en que vivieron, las responsabilidades que tuvieron que afrontar, sus éxitos y fracasos. Son historias “fuertes” en donde la frivolidad sobra.
“Podemos” aprender de todo ello que el tiempo histórico es un hilo continuo  que raramente admite roturas o torsiones absolutas. Cuando parece que nos hallamos ante un gran cambio, un somero análisis descubre como las grandes líneas del Régimen anterior se mantienen en el siguiente aunque con otras formas y otros uniformes.
La búsqueda del bien común con sentido común, es el ideal de toda política, pero los hechos nos indican que ese ideal es difícil.
La política real desde una situación democrática a una guerra abierta es, desgraciadamente, una disputa por el espacio vital, sea un territorio, un despacho, unos valores en bolsa o unos secretos industriales.  “Donde tú estás, quiero estar yo”, tópico, que nunca se expresa porque es vergonzoso.

Decimos que la Transición española fue modélica. Desde el punto de vista de la paz pública, desde los preparativos anteriores hasta el día de hoy, hemos gozado de más de medio siglo de paz, con la excepción que todos sabemos. Esto fue posible porque prevaleció el bien común sobre los intereses de partido y porque el heredero de Franco se convirtió en el motor de la Constitución de 1978.

Se mantuvo el hilo del continuo histórico, dando paso a una “revolución” sin traumas.