jueves, 17 de agosto de 2017

La familia y la supervivencia de Europa

Desde los antiguos egipcios, 3000 años a. C., el afán de inmortalidad se materializa  primero en piedra, luego, cerámica, en papiros o en papel. 10.000 años antes de nuestra era, no había civilización, o sea cultura de ciudad,  sólo campos y ganado, propios del Neolítico. También fósiles, huesos petrificados que más tarde, alegrarán la vida  a los científicos.
Antes de inventarse la escritura antes de cualquier signo inscrito en piedra, el afán de inmortalidad pasaba de padres a hijos, de ancestros a nietos, por transmisión oral. Si todo ser vivo tiene en su ADN la memoria del pasado y el programa del futuro, los humanos, además, necesitan un código cultural que no se limita al azar de seguir respirando, seguir comiendo, bebiendo y holgando. Necesitamos transmitir vida, no sólo biológica sino sobre todo, espiritual. Es ley de vida.
Todo es cuestión de memoria que en muchos planos se confunde con la vida misma. Ningún chimpancé nos dejó su diario porque no concede importancia a lo que puedan pensar sus hermanos de su rutina diaria: comer, beber, rascarse, siempre igual, siempre repitiendo los mismos ciclos.


Los seres humanos no nos conformamos con eso. La satisfacción de nuestras necesidades primarias no tiene como fin último, quedarse en ellas.
Esas migraciones actuales, tan semejantes a las prehistóricas, en donde millones de hombres y mujeres, de niños y niñas caminan miles de kilómetros en busca de pan y algo, siempre tienen la esperanza de que después de haber satisfecho esos mínimos que exige su metabolismo podrán, subir más alto, tener papeles no para tener papeles sino para tener residencia y trabajo. Y esto, para empezar.
Sus hijos podrían tener una enseñanza adecuada e ir a la universidad,: tener el nivel humano del europeo medio y del norteamericano medio, pero sólo para ir más lejos y más rápido.
Los medios de comunicación que por un mismo azar o hechizo están en todas partes, los móviles que están en los bolsillos, incluso de los muchachos de Corea del Norte, de Somalia,  les muestran un
mundo de infinitas posibilidades que sólo están al alcance de su vista y de su oído pero no de sus personas.
Es interesante conocer la opinión de Karl Marx, si pudiera comprobar que los niños hambrientos que forman parte con sus padres, del “ejército de reserva”, es decir, en espera de un puesto de trabajo, tienen su móvil, precisamente gracias a que cobran el paro.
Precisamos con urgencia una política familiar, no sólo económica sino sobre todo cultural. El individualismo es el virus más grave para la sociedad de cualquier cultura porque la sociabilidad forma parte de nuestro código genético.
El afán de supervivencia es la ley suprema de toda  realidad. La economía no está excluida del cumplimiento de esa ley y los juegos del capital y trabajo las oscilaciones de la oferta y la demanda acaban siempre en nuevos motivos de adaptación
A pesar de los profetas de calamidades, los que viven bien cada vez viven mejor y los que malviven tienen una esperanza de vivir por lo menos, como los pobres del mundo desarrollado.

En ese paraíso imaginado, muy pronto se pierde el gusto por la vida. Así ocurre en los países más ricos y cultos.
En España, la tasa de asesinatos por violencia de género alcanza una cifra cercana a 60 personas. Los asesinos, especialmente los yihadistas, prefieren morir matando. El número de muertos en accidentes de tráfico, por ir los conductores “colocados”, se cuentan por miles y la tasa de suicidios en gente joven es la primera causa de mortalidad en esa edad.
Ahí queda clara la diferencia de sexos. Las mujeres, en general, están hechas para reservarse, para conservar y reproducir y los varones instintivamente están hechos para arriesgar y en ocasiones, insatisfechos de sus vidas para hacer mutis por el foro. Es una cuestión entre moral y hormonal.
Podemos extraer una enseñanza de todo ese listado oscuro:  el instinto de  supervivencia de la especie, es mucho más poderoso que la de los individuos. Esto sucede, de modo parecido en los animales aunque no circulen por autopistas.
En los humanos, si el individuo está inserto en su ecosistema social y natural, la supervivencia es mayor. Un ser humano acogido en una familia, en una tribu, en  un clan o en un estado no tiene en general muchas ganas de morirse. Las excepciones que todos conocemos confirman la regla. Si aquellas tienden a ser más numerosas que las regularidades, podemos pensar que estamos ante una especie en peligro de extinción.
Las políticas de los estados procuran fomentar el individualismo y el relativismo, apoyándose en ideologías como la de género, Al mismo tiempo quieren frenar las migraciones. ¿Es razonable, biológica y socialmente hablando, un país poblado por hombres y mujeres sólos y solitarios? ¿Es pensable una civilización narcisista en donde los individuos tienen “libertad de golosina” (sexo, droga- y el Estado retiene la verdadera libertad y el  poder absoluto?
Si queremos que Europa y su cultura sobrevivan, habrá que sustituir la lista de suicidios por las  actas de nacimiento como se espera del  buen amor.


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